Un día estaba en mi casa jugando a la
play con mis amigas cuando de repente me llama mi madre.
-Hija, ¿puedes venir un momento, por
favor?
-Ya voy mamá.-Le di al botón de pause
y me dirigí a la cocina, mi madre estaba en la puerta esperándome
con una cesta llena de magdalenas y una botellita de Acuarius para
llevársela a mi abuela.
-Caperucita, ¿puedes ir a llevarle
esto a tu abuela?
-Ahora mismo voy.-Me encaminé a mi
habitación, despedí a mis amigas, apagué la play y me dirigí
hacia el bosque.
Estaba realmente hambriento, llevaba
semanas sin comer, de repente escuché un ruido extraño, era una
niña preciosa, saltando y cantando, con una bonita capa roja. En un
instante, se me ocurrió una idea.
Me dirigí por un camino nuevo a la
casa de mi abuela, de repente escuché una voz.
-Hola pequeña, ¿dónde vas por este
tenebroso bosque?
-Voy a mi casa de mi abuelita, se ha
puesto enferma y le llevo estas ricas magdalenas.-Dije señalando la
cestita.
-Aaah... ¿Y por donde vive tu
abuelita?
-Por allí.-Señalé el camino.
-Pues yo conozco un atajo para que
tardes menos. Mira, vas hacia allí y llegas mucho antes, ¿vale?
-Es que mi mamá no me deja que me
guíen extraños.
-Pero yo no soy un extraño, yo soy un
pobre lobito dulce e inocente.
-Bueno, está bien pero que no se
entere mi mamá.
Entre y vi a mi abuelita en la cama,
estaba un poco extraña la verdad.
-Hola abuelita.-Dije sonriente.
-Hola hijita.-Dijo la abuela.
-Estás un poco extraña, ¿te
encuentras bien?
-Sí, ¿por qué lo dices?
-No, es que te veo extraña.
-Quizás es por esto.- El lobo se
levantó de la cama en un salto y se comió a caperucita, pero lo que
el lobo no sabía era que el cazador había visto como se la comía y
la salvó.
Me encontraba al lado de la vieja casa
de Juana cuando creí escuchar a una pobre chiquilla gritar, me
acerqué corriendo y vi al lobo comiéndose a caperucita y como
descansaba así que sólo esperé hasta que estuviera lo bastante
dormido como para abrirle el vientre y sacarle a caperucita y a la
abuelita de dentro. Y eso hice, le abrí y las saqué a las dos de
ahí, pero no antes de darle su merecido al lobo, una vez que
caperucita y la abuelita estuvieron a salvo, yo volví donde estaba
el lobo y le metí piedras grandes y pesadas de donde había sacado a
las dos mujeres asegurándome de que quedara bien zurcidos todo.
Al despertar, el lobo fue a beber agua
al río más cercano se sentía mas, así que fue a lavarse la cara
para refrescarse, pero en su intento cayó al agua. Y desde entonces
no se ha sabido nada más del lobo.
Yaiza 3ºA