En una oscura celda yacía inmóvil un hombre de complexión fuerte y aspecto descuidado. Aún recordaba aquel día, muchos años atrás, en el que fue condenado por maltrato animal.
Todo comenzó una mañana fría y gris cuando me
disponía a salir de cacería para llevar algo de comer a casa. En
aquella época, apenas sobrepasaba la treintena y rebosaba energía
por cada poro de mi piel. Mientras me escondía entre los matorrales
secos del bosque, vi pasar, montando en bicicleta, a una beldad de
ojos azules y pelo ensortijado. Vestía una sudadera roja con capucha
en cuyo anverso destacaba, con letras negras, la frase “I'm a
devil”. Amarrado con fuerza al manillar, un objeto que se asemejaba
a un disco temblaba ligeramente. Más tarde, pasaba corriendo tras
ella un lobo de aspecto fiero. Iba a tal velocidad que no tuve tiempo
de dispararle. Me sentí preocupado por la joven y decidí atajar por
un sendero oculto entre los árboles, que me llevó hasta un claro
del bosque. En él había una casita, propiedad de una anciana algo
solitaria. Si no me equivocaba, la chica y el lobo deberían pasar
por allí...
Los hechos posteriores ocurrieron muy rápido: apenas
tuve tiempo de ver cómo ambos corredores llegaban al mismo tiempo
frente a la casa. En un acto reflejo disparé mi arma contra la masa
grisácea que parecía ser la fiera. Un aullido rasgó el cielo
mientras las primeras gotas de lluvia comenzaban a caer.
La puerta se abrió, descubriendo una mesa de madera
sobre la cual había depositadas tres tazas de humeante chocolate. La
anciana apareció entre quejidos: un reproductor de música pendía
del bolsillo de su vaquero negro, a la vez que tarareaba una canción
en lengua extranjera. Llegó junto a la bestia y la examinó
detenidamente. La niña, que resultó ser su nieta, aparcó la
bicicleta contra el muro de la casa. Minutos después numerosos
vendajes cubrían las extremidades posteriores del animal. Varias
miradas encolerizadas repararon en mi presencia.
Caperucita Roja, la que echaba carreras con el lobo, la que
llevaba un CD de rock a su abuela, la que tomaba chocolate con el
animal en casa de esta... fue la misma que destrozó la vida del
preso, acusándolo de un delito que cometió por protegerla. No había
ni un día en que el cazador no se acordara de ella.
Laura, 3ºA